lunes, 14 de mayo de 2018

CAMPEONES INFINITOS.


Sin saber cómo empezar a hablar sobre una reciente experiencia de cine ya he empezado, así de simple. Por que, dicho sea de paso, para mí, lo sencillo, está desbancando por abultada diferencia a todo aquello que brilla por su complejidad y que es divertido observar como con gran afán nos intentan vender.
El cine es un fiel reflejo de todo ello. En la cartelera abundan las películas de corte comercial, cargadas de violencia gratuita, sexo – sensualidad, horror y sonrisas de plástico, enfundadas en trajes ajustados con capa al viento para salvar no se qué. Fué un cine que consumí en su dia, lo confieso; bebía de esas películas pero seguía teniendo sed. La cuestión era que a medida que veía esas películas la sed se incrementaba… curioso.
Pero siempre hay un hueco para otra cosa, aún cuando las carteleras ofrecen en su mayoría las cintas anteriores, también aparece esa otra opción, que siempre ha estado ahí. Si, he empezado a fijarme en esa otra posibilidad de beber cine. Aunque todavía sigo teniendo muuuucha sed (risas), la sed ya no va en aumento, y como consecuencia inequívoca en algunos momentos llego a sentir esa plenitud cinematográfica sin causa externa.


¿Que qué tiene que ver esto ultimo que cuento con el cine?, Todo. Ahora las películas que bebo son de historias reales. Tienen sencillez, cotidianeidad, sexo – sensualidad, horror, risa, lagrimas, abrazos, enfados y sonrisas de verdad.
Lejos de condenar ese cine de plástico y brillantina (sobre el cual alguna que otra peli caerá, ¿por qué no?) tengo que alabarlo y agradecerle lo que para mi ha supuesto, ni mas ni menos que un tipo de cine que ha servido para diferenciar y darme cuenta de las historias en pantalla grande que verdaderamente me hacen vibrar.