“Me lo pide el cuerpo”. Quizá sea la mente, siempre astuta,
utilizando una enésima forma de camuflaje la que me lanza un nuevo anzuelo para
seguir adherida a ella, o quizá no…
Sea lo que sea, algo en mi interior me pide ponerme frente
al ordenador y escribir. El detonante, unos minutos atrás, tras leer el
penúltimo apartado del libro de Javier Sierra “En busca de la Edad de Oro”. En esta parte
del libro, el autor describe su encuentro con un ingeniero informático
sudamericano, Iván Guzmán de Rojas, que afirma haber descubierto en el seno de
una lengua antigua, el Aymara, unas características “especiales”. Una lengua
que no ha mutado ni se ha transformado, sigue igual a como se conoció hace
miles de años, y que encierra una capacidad que la hace única según Iván Guzmán:
este ingeniero ha transformado esta lengua al lenguaje informático, creando un
programa que actua de traductor.
Sí, muchos diréis, google nos ofrece traductores a patadas,
no es nada nuevo… efectivamente, pero el aymara es una lengua que tiene miles
de años de antigüedad, una lengua que según este ingeniero y muchos otros
estudiosos, fue creada artificialmente para que no se transformara y quizá con
un propósito a posteriori… es decir, unos creadores, una civilización, ¿unos
dioses? en el amanecer de las civilizaciones, creando una lengua, para que
miles de años después, sólo cuando existen los ordenadores, pueda usarse como
traductor…
Tras leer este apartado del libro, me quedé en silencio,
sólo mirando los árboles que me rodeaban, y en ese momento dos jardineras del
ayuntamiento cruzaron el parque, las dos iban hablando de sus cosas, todo
normal hasta que me di cuenta del asunto: una de ellas era africana y la otra
era de europa del este, pero las dos se entendían en castellano… en este caso,
el castellano actuaba de igual forma que el aymara, pero en realidad, ¿Cuál era
el fenómeno que se estaba produciendo?, ¡bingo!: una unión, un acercamiento
entre esas dos personas. Gracias a ese elemento que traducía los pensamientos
de dos personas que habitualmente hablan otros idiomas que les separan, en ese
momento se unían. Lo ví claro, transparente. Esa fuerza clave que todo lo rige,
ese acercamiento, en realidad es como una goma que se tensa y que pugna por
mantener esa unión.
Quizá esas antiguas civilizaciones antediluvianas dejaron
unas miguitas de pan diseminadas de estas formas, no sólo a través de elementos
como esta deslumbrante lengua, el aymara, si no también muchos otros: objetos
arqueológicos, saberes antiguos, constucciones… todo ello parece fuera de su
tiempo, perteneciente a unas civilizaciones o humanidades que según la
arqueología y mentes cerradas de muchos, no existieron.
El hijo pródigo no fue repudiado por su padre cuando este
salió a conocer mundo, al contrario, a su vuelta le abrazó y felicitó. Es esa
vuelta en la que estamos sin duda. Quizá estas miguitas de pan que nosotros
mismos en la antigüedad nos dejamos, nos sirvan para volver a casa. Y quizá,
estas miguitas, combinadas con la verdadera dimensión de la vida, el presente, el
momento, el mirar dentro, conformen el mapa a seguir; esos dos elementos puede
que se disuelvan en uno solo: momentos en los que, estudiando un misterio o
desarrollando aquella actividad que hacemos sin esfuerzo, sin trabajo, con
entusiasmo, nos hacen entrar en una dimensión que supera los límites del tiempo
y del espacio, nuestra verdadera dimensión. Un mapa, por tanto, que la mente continuamente
nos invita a olvidar y que por hábito así hacemos. Puede que sea la hora de
cambiar de habitos (…). Lo que si es cierto, y por experiencia puedo asegurar, que
cuando seguimos ese mapa se siente esa fuerza que nos une y nos hace Uno,
y a la que muchos llaman Amor.
Posdata: dividiendo la palabra aymara en aym – aim (objetivo)
y ara (sagrado – femenino), podría traducirse como el “propósito de esa energía
femenina”, que muchos se apresuraron a acallar y sepultar en tiempos
inmemoriales. Quizá otra miguita de pan vaya inserta en la propia palabra que
define esa lengua, ese pueblo, que nos invita, miles de años después a volver a
Casa.